6/12/09

El arte como hecho semiologico - Mukarovsky

Los problemas del signo y de su significación son cada vez más importantes, ya que cada contenido psíquico que sobrepasa los límites de la consciencia individual adquiere, ya por el mero hecho de su comunicabilidad, el carácter de signo.
Existe todo un grupo de ciencias interesadas en los problemas del signo, son las denominadas ciencias del espíritu que trabajan con un material que posee el carácter más o menos manifiesto de un signo.
La obra artística no puede ser identificada ni con el estado de ánimo de su autor ni con el ninguno de los estados de ánimo que evoca en los sujetos que la perciben.
Queda todavía “la cosa” que representa la obra artística en el mundo sensorial y que es accesible a la percepción de todos, sin distinción alguna. Pero la obra de arte no puede ser reducida tampoco a esta “obra cosa”, porque a veces ocurre que la obra cosa cambia totalmente tanto su aspecto como su estructura interna al trasladarse en el tiempo y en el espacio.
La obra cosa funciona únicamente como símbolo exterior al que le corresponde, en la conciencia colectiva, una significación determinada (“objeto estético”) caracterizada por lo que tienen en común los estados subjetivos de la conciencia, evocados por la obra cosa en los miembros de una colectividad determinada.
Tenemos que añadir que rechazando la identificación de la obra artística con el estado psíquico subjetivo, refutamos al mismo tiempo cualquier teoría estética hedonista. El placer proporcionado por la obra artística puede llegar como máximo a una objetivación indirecta en tanto que “significación secundaria” en potencia.
Según la definición vulgar, el signo es un hecho sensorial, que se refiere a otra realidad, a la que debe evocar. Nos vemos obligados, pues, a preguntarnos cuál es esta otra realidad substituida por la obra artística.
Al decir que una obra artística se refiere al contexto de fenómenos sociales, no afirmamos de ninguna manera que tenga que unirse necesariamente con este contexto de manera que sea posible concebirla como un testimonio directo o como un reflejo pasivo. La obra artística, como cualquier otro signo, puede tener una relación indirecta con la cosa que designa.
El estudio objetivo del fenómeno artístico tiene que juzgar la obra de arte como un signo que está constituido por el símbolo sensorial, creado por el artista, por la “significación” (igual objeto estético) que se encuentra en la conciencia colectiva y por la relación respecto a la cosa designada, relación que se refiere al contexto general de fenómenos sociales. El segundo de estos componentes contiene la propia estructura de la obra.
Al lado de su función de signo autónomo, la obra artística tiene otra función más, la función del signo comunicativo. Por ejemplo, una obra artística no funciona solamente en tanto que artística, sino también como “palabra” que expresa el estado de ánimo, la idea, el sentimiento, etc. existen artes en donde dicha función comunicativa es muy evidente y otras en las que aparece oculta o incluso invisible.
Nos referimos sólo a aquellas artes en donde el funcionamiento de la obra en tanto que signo comunicativo está fuera de duda. Se trata de las artes en las que existe el “tema” (contenido) y en las que este tema parece funcionar a primera vista como la significación comunicativa de la obra.
Mientras valoramos la obra como una creación artística no es posible formular, como postulado, la cuestión de la autenticidad documental del tema de la obra de arte. Esto no quiere decir que las modificaciones de la relación respecto a la cosa designada, carezcan de sentido para la obra artística: funcionan en tanto que factores de su estructura. Para la estructura de una obra es muy importante saber si concibe su tema como “real” o como “ficticio”, o si vacila entre estos dos polos.
Al final quisiéramos señalar que el estudio de la estructura de una obra artística quedará necesariamente incompleto mientras no esté suficientemente aclarado el carácter semiológico del arte. Sólo el punto de vista semiológico permite a los teóricos reconocer la existencia autónoma y el dinamismo fundamental de la estructura artística, y comprender la evolución del arte como un movimiento inmanente que está en una relación dialéctica permanente con la evolución de las demás esferas de la cultura.